La palabra dada
Ante de las escrituras, incluso no hace mucho, en la época de nuestros abuelos, la palabra era ley, era sagrada y de cumplimiento obligatorio. La conciencia así distinguía y las personas actuaban en consecuencia. Respetar la palabra dada era sinónimo de ser buena persona, respetada y que respeta. Simbolizaba el señorío, la reputación y lo más sagrado y valioso que posee.
Y hoy... ¿qué valor tiene la palabra? poco a poco se va perdiendo ese valor tan importante que tiene la palabra. Con el tiempo fue reemplazado por la forma escrita, por la firma y por los testigos, ya que las palabras lo llevan el viento y para obligar al cumplimiento se tiene la firma y como si eso fuese poco con número de documento, de tal modo que no pueda escaparse de su responsabilidad. Nos quedamos muy lejos de aquella realidad original.

Otro tema muy incómodo suele ser la cuestión del “garante” que por confianza la persona firma un papel para que el crédito sea posible al amigo o familiar pero, resulta que a los pocos meses la deuda no es satisfecha y corre por cuenta del garante, es una trampa legal que queda a cargo del co-deudor solidario. Con estos sencillos ejemplos, llegamos a la conclusión de que no podemos confiar más en la “palabra” tan superficial que hoy día se practica. La palabra ha perdido su valor y cada quien busca su conveniencia a costa de “todo”.

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